Lunes, 01 Septiembre 2025 21:14

Religión

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Israel León O’Farrill escribe Machomenos

Palabras clave: machismo, religión, patriarcado, masculinidad, verticalidad.

Hace tiempo, en mayo de este 2025, la BBC Mundo emitió un reportaje que habla del crecimiento de la Iglesia Ortodoxa Rusa -cuya sede principal se encuentra en Moscú- en Estados Unidos. El título del artículo me llamó la atención para tratarlo en este espacio por obvias razones: “Los jóvenes estadounidenses que se unen a la Iglesia ortodoxa rusa en busca de ‘niveles absurdos de masculinidad’”. Un converso de nombre Theodore, entrevistado por el medio, cree “que la sociedad ha sido ‘muy dura’ con los hombres y les dice constantemente que están equivocados. Se queja de que los hombres son criticados por querer ser el sostén de la familia y mantener a una esposa que se quede en casa. (…) Casi todos los conversos que conozco han optado por educar a sus hijos en casa, en parte porque creen que las mujeres deben priorizar sus familias antes que sus carreras”. De hecho, uno de los padres -converso también- de esa iglesia en Texas, Moses McPherson, afirma que le han dicho “Padre Moses, ¿cómo puedo aumentar mi hombría hasta niveles absurdos?” En un canal de YouTube, el padre, siguiendo con el reportaje, lanza contenidos para difundir el mensaje de la Iglesia y, voluntariamente o no, para establecer una agenda patriarcal y anti woke.

Pero más allá de lo que esté sucediendo en Estados Unidos con esa iglesia, en nuestro país no podemos dejar de notar el incremento de iglesias cristianas de diversa denominación. En cuanto al patriarcado y su expresión en el machismo, tal como las visiones más conservadoras de la Iglesia Católica, muchas de estas iglesias colocan al varón en un papel protagónico, sustentado en las escrituras y en los sistemas morales establecidos por las propias congregaciones. Unas más cerradas y exigentes que las otras, sin duda, no podemos generalizar. Pero en su discurso, es muy común que el sistema o se fortalezca o no se critique; por el contrario, se busca apuntalarlo. “¿Cómo lograr una familia feliz?” decía un letrero en un mostrador que traen misioneros de una de estas iglesias en la calle.  Antes que nada, debemos pensar qué es lo que entiende por familia alguna de estas congregaciones: padre, madre e hijos. Por supuesto, las familias homoparentales no tienen sentido, pues de lo que se trata, en principio, es de traer hijos a este mundo; pero en la realidad, vale preguntarse si la descalificación de este tipo de uniones no parte más del prejuicio que de una auténtica verdad de Cristo. Por tanto, podemos decir que estas iglesias, junto con la católica y la ortodoxa habrán de fomentar el patriarcado con todo lo que conlleva. “El padre Moses explica a su congregación -continúa el reportaje- que hay dos maneras de servir a Dios: ser monje o monja, o casarse. Quienes eligen la segunda opción deben evitar la anticoncepción y tener tantos hijos como sea posible. (…) ‘Muéstrenme un solo santo en la historia de la Iglesia que haya bendecido algún tipo de anticonceptivo’, dice. (…)  En cuanto a la masturbación —o lo que la Iglesia llama autodestrucción—, el sacerdote la condena como ‘patética e impropia de un hombre’. (…) El padre Moses afirma que la ortodoxia ‘no es masculina, es simplemente normal’, mientras que ‘en Occidente todo se ha feminizado mucho’. Incluso cree que algunas iglesias protestantes se dirigen principalmente a las mujeres”. No encuentro muchas diferencias entre estos preceptos y los discursos red pill.

Guste o no, las iglesias en su conjunto han representado obstáculos tenaces en contra de la evolución de nuestras sociedades hacia condiciones más justas, no sólo para las mujeres, sino también para los hombres; obviamente también para las personas LGTBIQ+. A su vez, gracias a sus posturas en contra de los sistemas para prevenir la concepción, e igualmente de la formación sexual de las infancias y las adolescencias, han contribuido al crecimiento poblacional desmedido en numerosas regiones del globo, lo mismo que a la proliferación de embarazos no planeados -especialmente en niñas y adolescentes- y, trágicamente, al incremento de infecciones de transmisión sexual, como el VIH. Por si fuera poco, los escandalosos casos de abuso sexual, violación, trata de personas y otros delitos relacionados con el ejercicio del poder de ministros, curas y líderes religiosos, ocultos detrás de las Instituciones y en contubernio con las feligresías, continúan existiendo; los más sonados, como los de Maciel y sus legionarios, o los de los apóstoles de La Luz del Mundo, apenas si han hecho mella de sus iglesias, que siguen fuertes y operando como si nada. Y sí, aunque no lo parezca, tal ejercicio de poder vía el abuso sexual en todas sus expresiones es patriarcal. Como afirma Juan José Tamayo en su artículo “El perverso juego de la pederastia. Poder-violencia sobre las almas, poder sobre las conciencias, poder sobre los cuerpos”, publicado en la revista Bajo Palabra (2017) de la Universidad Autónoma de Madrid,  “el patriarcado recurre incluso a los abusos sexuales para demostrar su poder omnímodo en la sociedad y en las religiones y, en el caso que nos ocupa, sobre las personas más vulnerables. Un poder legitimado por la religión, que convierte a los varones en ‘vicarios de Dios’ y portavoces de su voluntad. Es la forma más perversa de entender y de practicar la masculinidad, que despersonaliza y cosifica a quienes previamente ha destruido. Masculinidad y violencia, pederastia y patriarcado son binomios que suelen caminar juntos y causan más destrozos humanos que un huracán”. ¿Es esa la visión de masculinidad y de hombría que debemos abrazar? Yo, por supuesto, no lo creo. ¡Cuánta perversidad y canallada han sido justificadas en nombre del dios que se les ocurra! Debemos poner atención a noticias como estas que nos hacen ver el mundo al que peligrosamente nos acercamos: conservador, impositivo y violento.

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Visto 56 veces Modificado por última vez en Martes, 02 Septiembre 2025 00:03
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