Con más perspectiva escribe Leticia Montagner
Es una terrible verdad lo que sucede hoy día, donde existe en los jóvenes y en los adultos un declive en la habilidad para resolver problemas y aplicar conceptos numéricos, es decir, la inteligencia humana se encuentra en un declive.
A la fecha, nadie se molesta en investigar y le preguntan todo a Wikipedia y en general a la Inteligencia Artificial (IA). Las redes sociales inundan al mundo a través de los teléfonos o celulares inteligentes.
Las últimas investigaciones sobre el rendimiento cognitivo en varios países han revelado una inquietante tendencia que es la aparente disminución de la capacidad de las personas para razonar y resolver problemas complejos, justo en un momento histórico caracterizado por el acceso inmediato a grandes cantidades de información.
De acuerdo con un análisis del periódico británico Financial Times, la habilidad promedio para la resolución de problemas parece haber alcanzado su punto más alto a principios de la década de 2010, para luego descender de forma sostenida. Esta tendencia no se limita a los adolescentes, sino que abarca también a los adultos en diferentes rangos de edad.
Aunque no existe evidencia de que la biología básica del cerebro humano haya variado en tan poco tiempo, los resultados de pruebas estandarizadas señalan un deterioro continuo de las destrezas cognitivas.
En el ámbito educativo, los exámenes PISA han demostrado que los puntajes en lectura, matemáticas y ciencias suelen alcanzar un máximo cercano al año 2012. Desde entonces, la bajada en dichos resultados ha sido notable, incluso mayor que la atribuida a la disrupción causada por la pandemia de Covid-19 entre 2020 y 2021.
Pero no solo se trata de adolescentes de 15 años, las evaluaciones sobre adultos indicaron un patrón similar, reflejado en el más reciente informe de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (OCDE), acerca de las competencias de la población adulta.
Un estudio de larga duración que ha servido como rara excepción al vacío de datos es Monitoreando el Futuro. Desde la década de 1980, este seguimiento anual pregunta a jóvenes de 18 años si tienen dificultades para pensar, concentrarse o aprender cosas nuevas.
Las respuestas se mantuvieron estables durante las décadas de 1990 y 2000. Sin embargo, alrededor de 2015, comenzó un rápido incremento de estudiantes de último año de secundaria que reportan estas dificultades. Este punto de inflexión coincide con el descenso en los exámenes de razonamiento y en la capacidad de resolver problemas y también con el cambio masivo de la sociedad hacia la conectividad constante.
Uno de los factores que parecen incidir en este fenómeno es la transición desde el texto escrito hacia formatos predominantemente visuales. Las redes sociales y el contenido audiovisual han ganado terreno frente a la lectura tradicional. Según encuestas realizadas en 2022, la proporción de estadunidenses que informaron haber leído un libro en el año anterior cayó por debajo del 50 por ciento, un mínimo histórico.
Lo que llama la atención es que la disminución del hábito de la lectura corresponde con un declive en la habilidad para resolver problemas y aplicar conceptos numéricos.
La irrupción de los teléfonos o celulares inteligentes y las redes sociales se mencionan como el gran condicionante del comportamiento en línea. Sin embargo, los expertos plantean que hay algo más profundo en juego que es la manera en que consumimos información que ha pasado de ser un proceso activo, por ejemplo, buscar artículos en la web a uno mucho más pasivo, caracterizado por alimentación infinita, notificaciones constantes y un bombardeo incesante de estímulos.
Aunque el uso activo e intencional de las tecnologías digitales puede resultar beneficioso al investigar temas específicos o emplear herramientas de aprendizaje en línea, el consumo pasivo y la sobreexposición a estímulos volátiles tienen un impacto negativo perceptible.
A pesar de estos hallazgos, la materia prima de la inteligencia humana no parece haberse deteriorado. Los expertos coinciden en que la biología cerebral no se transforma de manera tan drástica en lapsos tan breves. En cambio, el problema reside en cómo se ejercita y se aplica dicha capacidad, dado el entorno de distracción imperante.
La buena noticia es que este declive en la aplicación práctica de la inteligencia no es necesariamente permanente. Existen propuestas para un uso más consciente de la tecnología, promoviendo la lectura profunda y el aprendizaje sostenido, además de fomentar hábitos como la dieta digital o la reducción drástica de notificaciones.
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@LMontagnerG