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Machomenos escribe Israel León O’Farrill
Palabras clave: machismo, violencia, Academia, ciencia, integración, humanidad.
Una noticia reciente captó mi atención por sus implicaciones científicas y médicas; pero lo hizo principalmente por sus implicaciones humanas. Un par de ingenieras, Ariadana Izcara Gual, estudiante y Tamara Hoveling, docente, ambas de la Universidad Tecnológica de DELFT en Países Bajos, diseñaron un nuevo espéculo con materiales asequibles para una consulta ginecológica menos incómoda. Estimados hombres que leen esta columna, el espéculo es un aparato metálico infernal que se ocupa para ejecutar las revisiones vaginales que, de forma periódica, se deben realizar las mujeres. Y, según me han dicho todas las mujeres con las que he platicado, es terriblemente incómodo. De acuerdo con la página de la TUDELFT, “Lilium [el aparato diseñado por ellas] está hecho de caucho TPV semiflexible de grado médico, lo que le otorga la resistencia mecánica necesaria para soportar la presión de las paredes vaginales y la flexibilidad para abrir sus pétalos. Lilium tiene dos componentes. El primero contiene tres pétalos, que podrían evocar la imagen de una flor. ‘Esto busca promover la comodidad psicológica de los pacientes, ya que tiene una forma familiar’, explica Ariadna. El segundo componente es un tubo que se utiliza para abrir suavemente los pétalos”. La importancia de esto radica en dos cosas fundamentales: la primera, es que son dos mujeres las que diseñaron este dispositivo, lo que implica que en el ámbito académico -y el de la ingeniería, área desempeñada casi por entero por hombres- es cada vez mayor la presencia femenina; la segunda, es que ellas diseñan un aparato específico para las mujeres, comprendiendo su anatomía y necesidades. Es como afirmó la divulgadora científica Julieta Fierro, a grandes rasgos que, si para detectar el cáncer testicular los hombres tuvieran que pasar por una prueba como la mamografía, ya habrían diseñado una prueba menos invasiva y dolorosa.
¿Pero esto qué nos dice? Que la ciencia y las academias en general han sido campo esencial de los hombres, esto es, que la ciencia ha sido hecha por hombres y, en buena medida, para hombres. Como bien dice la creadora de contenido y activista argentina Ana Casal en una publicación en Instagram, aunque “lo quieran hacer pasar por accidente, la exclusión de mujeres y personas LGBTTIQ+ de las ciencias y las artes no fue un desliz ni consecuencia de la falta de calidad de nuestros aportes. Fue una condición estructural del modo en que se organizaron el saber y sus instituciones. La historiadora Londa Schiebinger lo demostró con claridad: ¿la marginación de las mujeres fue parte constitutiva del proyecto ilustrado’. La ciencia moderna no solo produjo contenidos sexistas: construyó marcos epistémicos que reproducen esos sesgos hasta hoy. En el arte, la historia es espantosamente similar. Sumar nombres sin transformar las estructuras no alcanza. Porque los mecanismos de exclusión siguen activos”. Por supuesto, no se equivoca. Baste ver la desigual proporción que existe en los ámbitos universitarios en el mundo entre hombres y mujeres cuando se trata de rectorías o de dirección de facultades e institutos. Y cuando llega a suceder, es con demasiada frecuencia que tanto las dinámicas políticas, administrativas y académicas hacen que ellas se comporten como varones asumiendo las mismas prácticas misóginas. Incluso, me ha tocado conocer colegas mujeres en mi Universidad y provenientes de otras, que son lo mismo misóginas, que clasistas y racistas, no sólo en su comportamiento y juicio hacia otras mujeres, sino en cuanto al tipo de investigaciones que realizan y la forma en que las abordan. Tampoco son pocas las que, a fuerza de mantenerse en el cargo, han de aguantar o solapar actitudes machistas y de franco acoso por parte de sus colegas o superiores, ejercidos contra ellas o contra gente del personal y estudiantil en general. También que hayan tenido que seguir los procedimientos, teorías y metodologías elaboradas por hombres, renunciando a su imaginación, creatividad o intuición, sea porque se ven desestimadas por esas academias machistas o porque ellas mismas están ya acostumbradas a auto limitarse.
Pocas expresiones machistas, clasistas, racistas y coloniales existen en el mundo como las academias diversas. Es una verdad dolorosa e incómoda, pero hay que evidenciarla como lo que es. Como afirma Casal, se han abierto los espacios para las mujeres, pero qué tanto se ha hecho para cumplir con cuotas y qué tanto se han abierto para en serio integrarlas con sus talentos y perspectivas. En mi propia academia existen numerosas mujeres, lo mismo talentosas que capaces, y constantemente han de vivir bajo el escrutinio y en no pocas ocasiones, bajo el ataque, la descalificación y las violencias verbales y psicológicas de varios colegas hombres y de estudiantes también. Justo es decir que con nosotros los varones, estos “valerosos” colegas se contienen; claro está que eso se da precisamente porque, al ejercer esas violencias, se piensa que nosotros también responderemos de la misma manera y juzgan que no es la misma violencia la que puede ejercer una mujer que la que puede ejercitar otro varón. ¡Vaya cantidad de estupideces machas!
Ejemplos como los del espéculo o de la mamografía abundan en las academias, es decir, ciencia elaborada sin contemplar las necesidades de todas las personas, incluyendo sus semejanzas y sus diferencias. Es necesario integrar las academias con personas capaces de pensar en otras personas, independientemente de su género y condición socioeconómica, pero atendiendo a las necesidades reales que surjan de la aplicación cotidiana de esa ciencia, no importa si se trata de la medicina o de cualquier otro campo de estudio. Es fundamental hacerlo considerando una perspectiva de género, sí, pero también con una clara visión humana, integral. Ahuyentemos el machismo de las academias y construyamos espacios humanos donde la diversidad sea la tónica lo que indudablemente habrá de impactar de forma positiva en nuestras realidades.
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