Entre ruidos y señales escribe Ricardo Martínez Martínez
Una economía también puede morir de fiebre, aunque respire. En julio de 2025, México no está en paro cardíaco… pero tampoco puede correr. El país exhibe signos vitales inestables: crecimiento casi nulo, inflación persistente y una deuda pública que empieza a marcar el ritmo de la política económica.
Algunos datos vitales al respecto. El Producto Interno Bruto crecerá este año apenas un 0.2 %, si bien nos va. La inflación general se mantiene en 4.5 %, fuera del rango ideal del Banco de México, y la deuda pública alcanza ya el 60 % del PIB, con un déficit fiscal que rebasa el 3.5 %. Todos estos indicadores que laeconomía nacional está fatigada, sin margen de maniobra ni claridad en el rumbo.
Ray Dalio, un reconocido inversor global ha dicho que cuando las deudas se disparan, la productividad se estanca y la confianza institucional se erosiona, no estamos ante una sorpresa, sino frente a una fase predecible del ciclo. Lo difícil no es diagnosticarlo, sino saber adaptarse antes del colapso. Y ahí es donde fallan tanto los países como las empresas.
Porque si a una nación se le toma el pulso con crecimiento, inflación y deuda, ¿con qué se le mide a una empresa? La respuesta es la siguiente: ventas reales, costos controlados y financiamiento útil. Lo que cientos de empresarios viven hoy en México —sobre todo en el sur— son el reflejo de un sistema que no permite respirar con estabilidad.
Negocios que venden, pero apenas sobreviven. Márgenes que se comprimen entre insumos cada vez más caros y consumidores con menos poder adquisitivo. Deuda que no impulsa expansión, sino que tapa hoyos. No es falta de trabajo: es un metabolismo económico forzado, frágil y sin rumbo.
Aquí es donde la política pública debe dejar de mirar solo el dato agregado. Una economía territorial sana no se decreta: se construye con tres decisiones estratégicas claras:
1. Financiamiento diferenciado para quienes generan valor desde lo local. Más que créditos, confianza institucional y acompañamiento real.
2. Reducción de costos estructurales: energía, logística, agua. No subsidios pasajeros, sino condiciones mínimas para competir.
3. Formalización con incentivos reales, no con amenazas. En muchos casos, la informalidad es una salida de emergencia, no una trampa moral.
No hay crecimiento nacional posible sin dinamismo territorial. Y no hay desarrollo territorial sin empresas que respiren con autonomía.
Tomarse el pulso no es un gesto de alarma. Es un acto de inteligencia. Porque entre tanto ruido económico, hay señales que lo dicen todo. Y quien no las lee, puede seguir caminando… sin notar que ya empezó a desangrarse.
@ricardommz07