Lunes, 16 Octubre 2023 20:00

No es fácil ser hombre

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Reflexionando en un círculo de discusión en una especialidad en Metodologías de la Investigación Crítica que cursé recientemente, al entenderme como sujeto histórico, envuelto en una enorme red simbólica de significación estructurada en torno a mí, después de desmenuzar mi propia historia, caí en la cuenta de que ser hombre no es nada sencillo; al contrario, es algo bastante complicado. Ante semejante aseveración, adivino reacciones diversas que van desde la confirmación de lo dicho, colocados desde una postura bien viril, macha y patriarcal; la aceptación de semejante verdad como si se tratara de una espada de Damocles con la que tenemos que cargar por el resto de nuestros días; o desde una postura crítica que, en palabras de la juventud de hoy gritarán “¡su paro!”, es decir, “puro pretexto, ¡cuánto sufres, mejor paga la pensión y deja de hacerte güey! Y sí, la verdad es que todas y cada una de ellas se encuentran, a su manera, adosadas a la dificultad de ser hombre. 

La primera reacción, que ve con orgullo tal dificultad, lo hace pensando que uno ha de cumplir el papel del “pater familias” que debe proveer y ser el “pilar” del hogar. Pocas cosas con más tradición y raigambre que la idea de que el hombre ha de ser proveedor y sostén, tal como reza la epístola de Melchor Ocampo, escrita en el siglo XIX y de vez en cuando pronunciada por uno que otro juez civil trasnochado: “Que el hombre, cuyas dotes sexuales son principalmente el valor y la fuerza, debe dar y dará a la mujer protección, alimento y dirección, tratándola siempre como a la parte más delicada, sensible y fina de sí mismo, y con la magnanimidad y benevolencia generosa, que el fuerte debe al débil, esencialmente cuando este débil se entrega a él y cuando por la sociedad se le ha confiado”. Ya imagino a los machirrines que lean esto, asintiendo con la cabeza, con afirmación juiciosa, tomados de la solapa de su saco y alisándose el bigote. Pero hay que decir que, quien haya escrito esto, quien haya inventado semejante dislate, seguro tuvo una vida acomodada y hartas palancas; para los simples mortales, cumplir con eso, ha sido históricamente una auténtica lápida en la espalda de generaciones completas. La realidad es que muchos no cumplen con ello, se endeudan a lo bestia, se frustran y luego descargan su frustración con esposa y familias y, con demasiada frecuencia, con violencia psicológica y física. Y todavía los angelitos tienen otras familias fuera del matrimonio, ¡vaya estupidez! 

La reacción que piensa la dificultad de ser hombre como un destino terrible, pero que no tiene remedio, se instala en la comodidad que brinda el estar predestinado y goza de los beneficios cuando se cumple con el rol y también de la desgracia cuando no se cumple. Tales machirrines caminan por la vida, viviendo simplemente, sin cuestionarse nada. Las y los terceros, que critican tal dificultad pues piensan que es un mero pretexto para no cumplir con sus “responsabilidades”, caen, irremediablemente, en lo mismo que produce este pensamiento, en el patriarcado. En realidad, en una familia, todos los integrantes debieran formar parte de su desarrollo y construcción, con independencia de su género. La crianza, en esencia, debe ser comunitaria. Ser hombre no sólo implica ser el “pater familias” y proveer, aunque se gane poco o se pierda el trabajo. Todos conocemos de alguien o en carne propia, la frustración que implica ya no proveer; o lo que es peor, que quien provea sea tu esposa. Familiares y amigos se encargarán de hacerte ver lo “pobre diablo que eres” … pero ¿qué tal prestarte dinero o apoyarte? ¡Naranjas!

Por otro lado, hay que ser valiente y enfrentarse a golpes con cualquier patán que se nos cruce, no importan las consecuencias, hay que defender nuestro honor. Ya ocuparé otra entrega para hablar de este tema.  También, hay que ser viril, poderoso y tener sexo e hijos con cualquier fémina que se nos pare enfrente, sin importar las dificultades económicas, afectivas y de salud que ello signifique; y ¡ay de ti! si no se te para, o si no aguantas al menos una hora, como en las películas picosas, o si, como lo dije en la entrega anterior, no tienes un fierro destripador. Y aquí es un factor la edad, pues mientras más viejo se ve uno, menos viril será, a menos que tengas gruesa la cartera y coche último modelo, lo que te permitirá transmutar en un Sugar...  Por tanto, para ser hombre, hay que tener harto varo para cumplir con la casa y con otras, si se ofrece; hay que ser fuerte, formal -feo no, pues eso ya no es aceptable- y bien huevudo para enfrentarse a quien sea, en donde sea, sin importar si después vamos al bote, o acabamos en el pozo; también hay que ser viril, potente, aguantador, “penudo” y generoso repartidor -de nuestra “semilla”, no del amor-. 

¿Y quién ha dicho que así tiene que ser? Pues, aunque para muchos suene a tabú, el patriarcado en el que vivimos y del que, guste o no, todos los hombres somos víctimas también. Y esto es así, pues un hombre tampoco puede quejarse, no puede hablar de sus sentimientos, no puede mostrarse vulnerable; eso es de “mariquitas”. ¿Visitar al psicólogo? ¡No!, ¡eso es más “mariquita” todavía!  El hombre ha de mantenerse incólume y firme ante la adversidad, se debe quedar con su depresión y cargar con las inconsistencias de un modelo y una formación que le fueron impuestos. Seamos honestos: ¿quién puede con todo esto? Por eso, reitero, no es fácil ser hombre.    

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