¿Cuándo arde la casa, arde el Estado? Tehuacán como ejemplo

¿Cuándo arde la casa, arde el Estado? Tehuacán como ejemplo
Pepe Ojeda
Desde las antípodas

Desde las antípodas escribe José Ojeda Bustamante

Misael Galván, un joven comerciante de Tehuacán, fue brutalmente golpeado. Las versiones iniciales señalaron como responsables a tres personas. Sin esperar proceso judicial, una turba de vecinos incendió la casa y el negocio de los supuestos agresores. En minutos, la comunidad dejó de ser audiencia de la violencia para convertirse en su ejecutora.

Esto no es algo aislado ni extraordinario. Es un signo de época. Son actos que revelan mucho más que barbarie: expresan el colapso de la confianza institucional, la erosión del contrato social y la emergencia de una justicia territorial autónoma, aunque profundamente disfuncional.

Cuando una comunidad prende fuego a una vivienda, lo que está incendiando es el principio mismo de justicia impartida por el Estado. El mensaje pareciera ser : “No creemos en ustedes. Nosotros decidimos quién es culpable y cómo se paga”.

Desde el pensamiento de José Antonio Marina, esto no es solo una falla ética, es una regresión cultural: cuando desaparece la inteligencia social que regula la convivencia, se impone la inteligencia emocional desbordada. Y en territorios donde el Estado llega con burocracia, pero no con presencia, esa emoción se vuelve norma.

Bruce Mau, famoso diseñador canadiense lo entendería como un diseño territorial fallido. Un entorno sin mediaciones visuales, simbólicas o físicas para tramitar el conflicto. Un espacio que no ofrece alternativas narrativas al castigo.

La justicia por mano propia ocurre donde la impunidad se vuelve paisaje. Pero también donde la ciudadanía no ha sido formada en la espera institucional, ni la ley se ha hecho sentir como algo que protege. En esos vacíos, el juicio popular emerge como venganza legitimada. El rumor dicta, el colectivo ejecuta.

Lo de Tehuacán es dramático, pero no impredecible. Sucede en un país donde las fiscalías colapsan, las policías se repliegan y el poder judicial entra en procesos de reforma aún sin piso firme. ¿Cómo pedirle a una comunidad que espere, cuando el reloj de la justicia institucional lleva años detenido?

Urge rediseñar el relato del poder. ¿Qué se hace cuando el tejido social arde? Se repara.
Y esa reparación no es solo jurídica o asistencial. Es narrativa.

Desde el cruce entre Marina y Mau, propongo esto: diseñar relatos restaurativos territoriales. Es decir, construir memorias colectivas que transformen el hecho violento en pedagogía cívica. ¿Cómo?

  • Activando procesos de escucha comunitaria, no solo sanción.
  • Creando storyboards públicos, donde los hechos se relaten sin revictimización.
  • Diseñando entornos (escuelas, centros comunitarios, foros) que modelen justicia con pedagogía.

Porque si la gente no puede imaginarse una vida con ley, construirá una vida sin ella.

La pregunta que Tehuacán nos deja no es si la violencia puede volver. La violencia ya vive ahí. La pregunta es si el Estado está dispuesto a reconstruir su legitimidad con inteligencia y diseño, o si seguirá enviando patrullas cuando lo que se necesita son arquitectos del tejido.

Este no es un asunto de control. Es un asunto de sentido.

Porque cuando una casa arde y nadie escucha, la próxima vez, lo que puede arder es la ciudad entera.

Desde las antípodas, queremos anticipar ello e invitar a poner manos a la obra para evitarlo.

@ojedapepe