Lunes, 22 Enero 2024 21:37

Machismo piadoso

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Machomenos escribe Israel León O’Farrill

Palabras clave: religión, machismo, discriminación, homofobia, misoginia.

Si usted nunca se ha preguntado por qué el sacerdocio es exclusivo para los varones, yo sí lo he hecho. A lo largo de mi existencia, mi relación con la religión ha cambiado constantemente de manera que hoy puedo decir que creo, no sé en qué, ni cómo, pero pienso que tengo fe. Pero de lo que estoy totalmente seguro, es de que la institucionalidad de la creencia sea cual sea la religión, no sólo es enteramente terrenal -con poco o nada espiritual - sino que se rinde a lo político, lo económico y lo mundano en casos que llegan al escándalo. Son numerosos los casos de jerarcas, apóstoles, sacerdotes, pastores o practicantes en general de cualquier religión, que se ven envueltos en corruptelas, relaciones perversas con el crimen organizado, fraudes, evasiones fiscales o abusos de todo tipo, siendo los sexuales los más sonados y de los que me ocuparé en otra entrega de esta columna pues considero que son producto del patriarcado también. Hoy la tiene difícil quien quiera defender a las instituciones religiosas después de crasos escándalos, como los de Maciel o los de la Luz del Mundo. Sin embargo, cuando se trata de apoyar una presencia más significativa de las mujeres dentro de las jerarquías eclesiales, la resistencia sigue siendo tenaz, en especial en la religión católica. De hecho, como se consigna en un reportaje de Valeria Perasso y Georgina Pearce publicado en el portal de la BBC en diciembre de 2022 intitulado “Excomulgadas: las mujeres que luchan para ser sacerdotes de la Iglesia católica”, la “doctrina católica, o la interpretación de las leyes canónicas, consideran el sacerdocio como una prerrogativa de los hombres. El canon 1024, por ejemplo, indica que ‘solo el varón bautizado recibe válidamente la sagrada ordenación’. (…) Una reforma penal canónica de 2021 criminalizó de manera explícita la ordenación de mujeres con pena latae sententiae - esto es, excomunión automática sin necesidad de juicio de quien intente ordenar a una mujer, además de la mujer misma”. El reportaje da noticia de un movimiento mundial de ordenación de sacerdotisas al margen de la autoridad eclesial. Por supuesto, el Vaticano no avala tales prácticas. Al ser preguntado sobre el particular, Francisco I se adhirió a un documento escrito en 1994 por Juan Pablo II en el que se niega la posibilidad de la ordenación de mujeres. Pero ¿tal respuesta puede sostenerse el día de hoy? Pienso que no.

Si no creo que haya diferencias insalvables para permitir la participación femenina en el deporte o en el trabajo, mucho menos lo creo para llevar a cabo una labor religiosa, sea cual sea el cargo o la jerarquía. Para mí no existen argumentos válidos que impidan que una mujer lleve ceremonias o lidere una comunidad religiosa.  Lo que hay, eso ha quedado claro, es una negación francamente machista que quizá  se sustente en la creencia de que las mujeres son “pecadoras naturales”. Baste escuchar el pasaje de la manzana de Adán y Eva: Eva se deja tentar por el maligno y ella, perniciosamente, engatusa al pobre de Adán, lo que provoca su ruina. Pobre Adán, ¡tan caliente y tan cretino! ¡Vaya visión más misógina del mundo! Pero, desafortunadamente eso ha marcado la relación de muchas religiones con sus mujeres… eso y el patriarcado que las ha acompañado desde el principio. Según Sandra Escutia Díaz, investigadora de la UNAM entrevistada por la revista Sputnik para el reportaje “Machismo y lecturas religiosas: ¿por qué Eva tiene la culpa de todo y Adán se lava las manos?”, el asunto tiene que ver con la interpretación de las escrituras. Según ella, las “mujeres de todas estas religiones [cristianismo, judaísmo, islam] constantemente se han preguntado por qué estos libros sagrados han sido leídos tan a la luz de lo masculino o de los hombres, y si uno le la Biblia así o los libros sagrados no se explicaría por qué hay mujeres que tienen fe en una religión que se lee tan opresiva”. Por supuesto, yo también me pregunto cómo es posible que en pleno siglo XXI, cuando ha quedado claro que la gran mayoría de las religiones han quedado rebasadas por los movimientos sociales que han logrado una participación femenina más equitativa en lo público y lo privado, sigan existiendo mujeres que quieren seguir en esas instituciones, participando con las mismas reglas. A veces incluso reclutando jóvenes para los gustos de los jerarcas, como ha sucedido en ciertas instituciones religiosas.

Para mí, el asunto es muy claro: no importa si se trata de un hombre o de una mujer, el liderazgo, administración y fomento de una institución religiosa debe quedar fuera de misoginias, corruptelas y tentaciones de poder. Y, como eso no va a ocurrir, pues me mantengo con plena consciencia, fuera de tales instituciones. Y, lo reitero, se trata de instituciones profundamente machistas, homofóbicas (aun cuando tienen en su haber terribles escándalos), hipócritas y profundamente anquilosadas. Por lo mismo, tal machismo también impide que personas abiertamente homosexuales o trans puedan siquiera contemplar la posibilidad de ordenarse y mucho menos detentar un cargo. Como dice Escutia, esta “opresión se da contra aquellas personas que supuestamente no cumplen cierto tipo de preceptos religiosos que en realidad son los prejuicios de personas que han esencializado una serie de características y que las hacen coincidir con lo que supuestamente dicen los libros sagrados”. El día que vea que en alguno de los concilios no sólo haya mujeres, sino también representantes de otras orientaciones e identidades sexuales, africanos, latinoamericanos, asiáticos, sin importar nada de ello, sino su espiritualidad y compromiso con los feligreses, ese día habrá una religión en la que quizá podría creer. ¿Soy ingenuo? Lamentablemente sí.

      

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