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Machomenos escribe Israel León O’Farrill
Palabras clave: bullying, acoso, violencia, machismo.
Pisaré callos, lo sé. En los meses que llevo escribiendoesta columna, he realizado un vómito extenso de situaciones relacionadas con mi machismo y con la masculinidad tóxica en la que fui formadocomo millones de hombres en este mundo. Ha sido un proceso lo mismo doloroso que incómodo, quizá no sólo para mí, sino para muchos y muchas que se han topado con estas entregas. Por supuesto, extiendo una disculpa para quien se haya ofendido o se sienta aludido con las situaciones expuestas aquí, ya sea cercano o lejano, pero pienso que es necesario hacerlo para construir convivencias más sanas. Comento esto, pues a través de esta entrega, seguramente provocaré incomodiad, como lo dije al inicio. Hace unos días, capté algunas escenas de una película de la que no tenía registro pero que me hizo recordar situaciones pasadas: El Poderoso (1998), dirigida por Peter Chelsom y protagonizada por KieranCulkin (hoy al parecer muy célebre por la serie Succession) y EldenHenson, el abogado amigo del héroe de Hell’sKitchen, en Nueva York, el fabuloso Daredevil. En la cinta vemos que Culkin, que tiene una discapacidad que lo obliga a usar muletas, es hostigado por un grupo de compañeros gandallas; otro tanto sucede con Henson que, aunque grandote para su edad, debido a ciertos abusos en casa, es retraído y tímido y, por tanto, también hostigado. Al final, la improbable amistad surge entre ellos y enfrentan de diversas maneras el hostigamiento (hoy más conocido por bullying). La cinta presenta a unos tipejos, bastante basuritas -mierdas, para ser más exacto-, que acosan a Culkin simplemente porque no puede defenderse y lo tildan de fenómeno (freak). Claro, no podría ser de otra manera pues el hostigamiento se da de un “supuestamente” fuerte sobre otro “supuestamente” débil en una clara demostración de fuerza y de poder. Pero, según mi experiencia, quien abusa de los demás, o fue abusado por su parte, o tiene numerosos problemas de autoestima y descarga (quizá también como una defensa), toda su frustración y odio hacia otros, no necesariamente a quien lo hostiga por su parte. Las huellas que se dejan son físicas, como sucedió con aquel chico que fue quemado por sus compañeros en una secundaria en Querétaro, simplemente por ser otomí. Pero también quedan numerosas secuelas psicológicas difícilmente identificables pues las víctimas suelen meramente“sobrevivir” el hostigamiento, pero sin trabajar sus afectaciones. Según la página del Poder Judicial de la Ciudad de México, el acoso escolar es “una forma de violencia entre compañeros en la que uno o varios alumnos molestan y agreden de manera constante y repetida a uno o varios compañeros, quienes no pueden defenderse de manera efectiva y generalmente están en una posición de desventaja o inferioridad. (…) El acoso escolar puede causar daños físicos, sociales o emocionales en quienes lo sufren. Los estudiantes que son víctimas de acoso escolar no suelen defenderse, al principio creen que ignorando a sus agresores, el acoso se detendrá. Tampoco suelen decir a sus padres y maestros que están siendo acosados por temor. Por ello es necesario generar en la familia apertura para que los hijos nos cuenten lo que ocurre en la escuela e intervenir para detenerlo”.Ahí mismo se enfatiza que los actores de esta detestable actividad son tres: la víctima, el victimario y los testigos, que son otros compañeros, los profesores de la escuela y los familiares. No hay que olvidar que siempre hay alguien que observa, pero que por miedo o por contubernio, no hace nada. Quizá los peores son los que ahora, valiéndose del teléfono y de las redes sociales, graban todo y lo suben, extendiendo todavía más el abuso.
Por mi parte, he de reconocer que llegué a vivir hostigamiento, no sólo al sufrirlo tanto en la escuela como fuera de ella, sino a realizarlo también, sobre todo de forma verbal. Tal como lo dijo un ex compañero de un club deportivo donde participé: “León, lo que más recuerdo de ti, es ¡cómo chingabas!” En mi entorno, como ya lo he mencionado en otros espacios, había que ser “cabrón” para ser persona. De lo que se trataba, principalmente, era evitar que uno estuviera en la parte más baja de la “cadena alimenticia” de ese hostigamiento. Y, si te encontrabas en una situación de ese tipo, había que responder de la misma manera. Si te provocaban, pues tratar de responder con los puños. Recuerdo esa frase maravillosa que solían decirme: “el valiente vive hasta que el cobarde quiere”. Vaya, claro, hasta que las consecuencias sean tan graves que cualquiera de los dos que participan termine en el hospital o peor. Y, de cualquier manera, tampoco es que la pelea traiga necesariamente el respeto del otro; en ocasiones, incrementa el problema. Por otro lado, como lo dije, molestaba a los demás como un mecanismo de defensa puesdesde que tengo memoria, he sido sujeto de apodos, por lo que me contestaba con acidez y picardía, de forma que el contrincante desistiera de sus ataques al verse “superado”. ¿Alguna vez termina? No. El asunto es que seguramente acabé siendo bastante desagradable en algunos momentos.
Tal hostigamiento -o acoso o bullying, como usted prefiera- está indefectiblemente relacionado con el ejercicio del poder estrechamente ligado al patriarcado en que vivimos;es, esencialmente, una expresiónmachista. Y hay que responder de la misma manera: “¡rómpele su madre, no te dejes!” Claro, la motivacióniba para que uno aprendiera a defenderse ante los problemas de la vida y los siguientes acosadores que tendrás. Por tanto, antes de que te chinguen, chinga; antes de que te tiren, tíralos; ¡sé agresivo, sé todo un tiburón!,todo ello en clara alusión al pensamiento altamente ejecutivo y empresarial. Pero, estas afirmaciones y prácticas ¿no nos llevan a normalizar la violencia y el machismo?, ¿a perpetuarlos? De hecho, he visto numerosas publicaciones en la red que se lamentan de que ahora hay que andar con cuidado al relacionarnos con los demás. Dicen cosas como “antes, en la escuela, le llamábamos a alguien el gordo, el negro o elindio y no se ofendía” ¿En verdad?, ¿acaso preguntaron a esos sujetos si estaban de acuerdo con esos apodos? Y, ¿se habrán sentido felices, honrados, incluso integrados, al ser vapuleados, un día sí y el otro también por palurdos hostigadores? Eso sí, si no pudieron defenderse, es que eran pusilánimes que merecían lo que les esperaba. Tales conductas patriarcales han destruido vidas de forma visible o secreta y, ya sea en la escuela, el barrio o la casa, el hostigamiento, la violencia física o psicológica de verdad marcan; y lo que es peor, tienden a eternizarel círculo vicioso de violencia que enferma a la sociedad al forjar talesrelaciones de poder que se repiten y se repiten sin parar. No es fácil quitarse de la cabeza la violencia, los golpes, los insultos y, aunque invisibles, suslesionessupuran más violencia. ¿Pisé callos?, ¿incomoda? Qué bueno, duele, pero hay que reconocer estas actitudes para cambiarlas, de lo contrario, la espiral de violencia en la que vivimos seguirá creciendo de manera inexorable.
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