Lunes, 22 Julio 2024 20:27

Matrix

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Machomenos escribe Israel León O’Farrill 

Palabras clave: machismo, matrix, influencers, masculinidad, falacias

En la mítica película de corte cyber punk finisecular “The Matrix” (1999), Morpheus le ofrece a Neo un par de píldoras: la roja, que lo llevaría a la verdad y la azul, que lo regresaría a la matrix a vivir alimentando a las máquinas, sin darse cuenta. La cinta y la serie que le sigue, llevan implícitos numerosos discursos y simbolismos que aquí no tendremos espacio para develar. Empero, en una simplificación de la escena, la píldora roja implica abrir los ojos a la realidad, al mundo de lo tangible; por el contrario, la azul representa la negación del individuo sobre la realidad y su plegamiento en un letargo embrutecedor adosado al sistema. Para mí, la matrix está ahí, la vivimos constantemente en las redes sociales, en la televisión, en los discursos de “coaches” pedorros de diademita y plática de Ted, en todo discurso meritocrático; pero lo peor, es que la vivimos desde que nacemos, en esa práctica social de delineamiento de cada uno de nosotros y que nos dota de elementos para convivir en un mundo preestablecido, que se mueve lentamente y que, nos guste o no, es más conservador de lo que pensamos. En esa matrix de manipulación y moldeamiento, ahí se mueven, casi casi intocados, lo mismo el patriarcado que el machismo, una de sus expresiones más nefastas.

Inicio esta entrega aludiendo a la cinta de las hoy hermanas Lana y Lilly Wachowski, antes los Wachowski “brothers” (mujeres trans, para que les quede claro), debido a que revisé hace unos días un interesante reportaje de Jair Ortega de la Sancha, publicado en el portal de Gatopardo: “Solitarios, enojados y asustados: ¿por qué algunos jóvenes se radicalizan?” El reportero afirma que, debido a la pandemia, muchos jóvenes vieron afectadas sus capacidades de socialización y son llevados, vía los algoritmos, a las redes de “influencers” que les ofrecen contenidos redpill (cápsula roja). El término me llamó la atención. “Desde la segunda década del siglo veinte -nos dice Ortega-, la metáfora de la redpill -salir de la matrix, abrir los ojos a una supuesta realidad oculta- se convirtió en un símbolo de algunas comunidades virtuales de hombres donde se discute sobre masculinidad y la forma en cómo se relacionan con mujeres. Para estos grupos, tomar la píldora roja es ‘comprender’ que los hombres son oprimidos por la sociedad, por las mujeres, por el feminismo, por hombres con mejor estatus social y económico. Ellos son las víctimas”. Es típico de estos grupos ignorantes ultraconservadores el apropiarse de un discurso sin siquiera adentrarse a profundidad para comprender su contenido. Y lo más curioso, en este caso, el de la píldora roja, que ahora vemos implica un discurso esencialmente trans -pues sus creadoras encarnan la idea de salir de la matrix, esa que es bien macha-, vanguardista y radical, para pervertirlo y convertirlo en una bandera macha, burda y repleta de estulticia.

El asunto es más bien como lo afirman Peter Berger y Thomas Luckmann en su libro ya clásico, “La construcción social de la realidad” (2008): “la vida cotidiana se presenta como una realidad interpretada por los hombres y que para ellos tiene el significado subjetivo de un mundo coherente”. Por su parte, Jürgen Habermas afirma en su libro “Teoría de la acción comunicativa, I. Realidad de la acción y racionalización social” (2007), que “el mundo sólo cobra objetividad por el hecho de ser reconocido y considerado como uno y el mismo mundo por una comunidad de sujetos capaces de lenguaje y acción” y esto nos lleva a comprender, siguiendo con Habermas, que “las condiciones de validez de las expresiones simbólicas remiten a un saber de fondo, compartido intersubjetivamente por la comunidad de comunicación”. Esto quiere decir que el mundo y su realidad, así como lo que juzgamos verdadero, son un constructo social, no importa si esto se estructura a partir de la ciencia, de la religión o de la convivencia cotidiana. Claro, es justo decir que esa construcción no está estática y cambia constantemente, muy a pesar de ciertos sectores. Una de las constantes en este mundo de hoy, todavía, es el machismo aunque poco a poco van penetrando en el entramado social otras prácticas, como el discurso de género y sus acciones derivadas y las relaciones entre las personas, cada vez más integrales. Sin embargo, el asunto de las pastillas es al revés. Gente como estos “influencers” y los que los siguen, pugnan no por un despertar, sino por continuar con el adormecimiento en que los ha tenido el patriarcado, no importa si son hombres o mujeres. De hecho, el reportaje de Gatopardo iba dirigido a observar el fenómeno de uno de esos sujetos que da conferencias y “talleres” donde retoma los “valores” de la masculinidad -no daré su nombre pues no me interesa hacerle publicidad-. Asisten muchos jóvenes y hombres -y mujeres- que no se pueden integrar, que no logran conectar con las mujeres y que se encuentran “indefensos” ante el mundo de hoy, repleto de feminismos y otras “rarezas”. Lo cierto es que tanto ellos, como muchas de las mujeres que los han rechazado, se encuentran atrapados en los modelos femeninos y masculinos determinados por el sistema y reaccionan con negación y agresividad ante el mundo cambiante en que viven. Intenté analizar un video del afamado “influencer” y de plano no pude con la cantidad de verdades a medias, informaciones falaces y estereotipos que dice. Estos personajes, con estos cursos y con sus publicaciones, fuera de darte la píldora roja, te dan la azul, para que la cosa no cambie, para que permanezcas irremediablemente amarrado a la matrix y que, para colmo, te guste. Pues allá tú.    

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