Lunes, 19 Agosto 2024 22:32

Defensa

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Machomenos escribe Israel León O’Farrill

Palabras clave: machismo, violencia, castigo, venganza, maltrato, género.

¿Qué hacer como hombres cuando presenciamos una expresión de violencia de género? Me refiero, al enorme rango que existe, que puede ir de lo verbal a lo psicológico y hasta llegar a lo físico. ¿Cómo actuar? Por supuesto, la respuesta no es sencilla pues dependerá de las circunstancias. Es decir, si estamos presenciando el secuestro de una chica, ¿debemos intervenir? Existe el riesgo de que vengan armados y que la paguemos nosotros, sin duda. ¿Pero ese temor justifica que no lo hagamos? Un marido o novio insulta y golpea a su esposa/ novia frente a sus hijos y frente a nosotros. ¿Debemos intervenir?, ¿cómo?, ¿a golpes también? ¿Y si viene armado? ¿Es la violencia una forma de “corregir” al cobarde ese? Vemos que alguien es acosada sexualmente, perseguida, tocada, o de plano, violada… ¿debemos intervenir so pena de lo que sea? En todos estos casos, lo sensato, lo “civilizado”, es recurrir a las fuerzas de seguridad para que ellos sean quienes contengan el problema. Pero ¿y si no están?, ¿si no hay posibilidad de llamarlos? ¿Qué hacer si quien violenta es un familiar, padre, hermano, primo, hijo? Definitivamente, por más que mi respuesta pudiera ser “sí”, hay que intervenir e impedir lo que está pasando, entiendo que la cosa es mucho más complicada de lo que parece.

Dos casos motivan mi reflexión de hoy. Uno, el del joven que impidió en la CDMX que una mujer fuera agredida sexualmente el pasado julio. Luego de ello, varios vecinos se unieron a ayudarle, para después propinarle una golpiza al agresor. El joven que se lanzó a defender a la mujer fue calificado por los medios como héroe y se congratulaban de que los vecinos hubieran colaborado también. Pero me surge la pregunta ¿fue justa la golpiza/ casi linchamiento que recibió? Es cierto que, si le dejamos las cosas a la justicia en este país, siempre queda la duda de que se haga, pero, aunque no lo parezca, para ello existe un sistema penal con leyes y cuerpos que se encargan de hacer que se cumplan o de sancionar a quien las rompa. Con todo y ello, aquí como en todo el mundo, ni están todos los que deberían en la cárcel, ni adentro está necesariamente quien lo merece. Igual debo decir que, aunque estoy totalmente del lado de la ley, ¡dan ganas de darle al menos un par de coscorrones a semejante despreciable!

El siguiente es el de un joven boxeador que, en un cine en España, al ver que un hombre violentaba a su pareja frente a sus hijos, decidió intervenir y pedirle al agresor que parara; como era de esperarse, el agresor se enfrentó con el boxeador -claro, sin saber que lo era-, exigiéndole que no se metiera en sus asuntos y el joven atleta le propinó una buena golpiza. Vale decir que la gente del cine llamó a seguridad al ver que el agresor maltrataba a su familia y esta no se presentó, razón por la que el boxeador tuvo que intervenir. En la sala pasaron varias cosas interesantes. Mientras unos padres se llevaban a sus hijos del lugar para que no vieran la golpiza -pero no hicieron nada para impedir que el padre golpeara a su esposa-, otros invitaban a los beligerantes a parar “pues hay niños ahí”; finalmente, mientras el boxeador aporreaba al patán ese, se escuchaba la voz de una mujer que celebraba el “merecido” castigo del abusador. Igualmente, como en el caso anterior, ¿la violencia es válida para detener y castigar al violento? ¿Merece la pena rebajarse a ese nivel? Como se reporta en una nota sobre el particular publicada en el diario Tribuna de Valladolid, el púgil ha “admitido que ante los insultos que recibía le ‘hirvió la sangre’ y comenzó una pelea entre ambos con la que pretendía acabar con la situación que se estaba viviendo. (…) Ha reiterado que lamenta haber tenido que recurrir a la violencia, pero insiste en que la situación le ‘superó’ al ver a sus hijos y a su mujer llorando ante lo que estaba sucediendo”. Por supuesto que dan ganas de devolverle el maltrato al maltratador, en especial cuando lo dirige a personas que no pueden defenderse. Es claramente un cobarde que pretende abusar de quien sea más débil que él. Claro que vio en el joven a alguien al menos de su tamaño y pensó -o no lo hizo, ya enardecido por el momento- que podría con él sin imaginar lo que vendría. Con todo, coincido con el boxeador, al final, esas no son las maneras. Es decir, pudo haberlo derribado y contenerlo para que la autoridad lo detuviera. Pero en realidad lo que parece ocurrir, como él mismo lo relata, es que la situación lo rebasó y recurrió también a la violencia. ¿Qué tanto es también machista el responder de esta manera? ¿Qué importa más: “darle su merecido” -como algo personal- o defender a los violentados?   

Ambos casos nos llevan a cuestionarnos varias cosas. Primero que nada, hay que decir que este mundo de porquería en el que vivimos sigue estando repleto de violencia de género en todas sus expresiones, en especial, la sexual y la física con mucha frecuencia ejercida sobre la familia. Las estadísticas en ambos países son alarmantes. Es significativo el número de feminicidios perpetrados por parejas, exparejas y familiares de las víctimas; no se quedan atrás las agresiones sexuales, en la calle y en la casa. Pero vuelvo a mis preguntas iniciales, ¿qué hacer si somos testigos de hechos como estos? En segundo lugar, ese mismo mundo de porquería del que hablo, también está repleto de indiferencia y de miedo, cuando no de complicidad. Pareciera que nadie hace nada frente a los millones de atrocidades que se cometen cotidianamente. Quizá lo que se requiere es que seamos un poco más “metiches” y que nos metamos donde no nos llaman para impedir algo peor; que intervengamos para detener más que para ejercer venganza; que aseguremos al agresor para que llegue la policía, más que para violentarlo y castigarlo por cuenta propia. Es difícil esto, pero si bien no podemos andar haciéndole al “Batman” por todos lados, tampoco está bien que nos convirtamos en seres egoístas e indiferentes y mucho menos que eduquemos a nuestros hijos para que ellos lo sean. El tema, sin duda, es construir estructuras sociales diferentes, más centradas en el amor, la comprensión, el respeto y la empatía, que en la violencia, por más utópico que suene; y, mientras eso sucede, actuar en la medida de lo posible con la contención y el diálogo. Ingenuidad dirán algunos, pero es necesario, pienso yo.       

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