Lunes, 03 Febrero 2025 16:42

¿Vacaciones pagadas?

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Machomenos escribe Israel León O’Farrill

Palabras clave: machismo, trabajo en el hogar, relación laboral, vacaciones, género.  

Allá por finales del siglo pasado, trabajé un tiempo para una diputada en el Congreso Federal y sostuve una interesante discusión con ella sobre una iniciativa que buscaba proponer en torno al trabajo que las madres de familia realizan en casa. La idea era la de asignar derechos laborales a las llamadas “amas de casa”, lo que consideraba un salario acorde con la actividad realizada, afiliación a la seguridad social, aporte a una pensión de retiro y, por supuesto, tiempo de vacaciones pagadas. En principio, la idea me pareció difícil de realizar pues consideraba que establecer una relación laboral en un matrimonio -supuestamente unido por amor- implicaba derechos y obligaciones para ambas partes y, por tanto, también podría contemplar “despidos o sanciones” por no cumplir con lo estipulado en el contrato. Esto es que, el machirrín que firmara un contrato tal, podría “despedir” a su esposa si es que consideraba que no había cumplido con su labor, es decir, limpiar bien la casa, cocinar sabroso e, incluso, criar mal a sus hijos - ¿el sexo también estaría en contemplado? -. Claro, en caso de incumplimiento, se requeriría de la oficina de conciliación y arbitraje y abogados laborales. Pero, si nos fijamos bien, tal embrollo ya se discute en los tribunales civiles cuando se habla de divorcios y de otorgar la patria potestad de los hijos y, aunque se piense lo contrario, las mujeres no necesariamente llevan las de ganar, especialmente cuando los tribunales siguen el patriarcado más descarado en ocasiones. Baste ver los casos de violencia vicaria, como un mero ejemplo de lo que digo. 

No, no se trataba de algo fácil. El asunto es que, en nuestro patriarcado sustentado en el pensamiento judeocristiano más conservador, la mujer se encuentra supeditada al hombre y su rol está asignado al hogar; el del varón supuestamente es el de proveedor y, por tanto, el encargado de proporcionar los insumos para garantizar la supervivencia en el hogar. También supuestamente debe hacerse cargo de las necesidades de sus hijas e hijos, incluido el pago de lo necesario para que asistan a la escuela -colegiaturas, cuando hay y los enseres necesarios-, ropa y zapatos. Pero la crianza y atención de los angelitos, usualmente es obligación de las mujeres. Son ellas las que principalmente vigilan las tareas -en no pocos casos las hacen ellas mismas para ayudar a que sus vástagos tengan los “más altos niveles de aprovechamiento”-, van a las juntas con las autoridades de la escuela y también se hacen cargo de la salud, el cuidado de enfermos y de llevarlos a las diversas consultas que vayan surgiendo. Lo peor del asunto es que, como está la economía en el mundo de hoy, ellas se tienen que hacer cargo de todo esto, mientras tienen un empleo o hacen comida para vender o tienen ventas por catálogo. De acuerdo con una publicación del Centro de Investigación en Política Pública, el “trabajo no remunerado tiene un valor porque permite que la sociedad funcione; además de satisfacer las necesidades básicas y contribuir al desarrollo de las infancias, facilita que los miembros del hogar participen en el mercado laboral o estudien. En 2022, el valor económico de las tareas del hogar y de cuidados ascendió a 7.2 billones de pesos. Las mujeres aportaron 2.6 veces más valor económico que los hombres por el tiempo que dedicaron a estas labores durante el año”. Incluso, dicen, que el trabajo no remunerado equivale al 24% del PIB en nuestro país (2022). Como se ve, el tema es mucho más complejo de lo que imaginamos.

Brindo un ejemplo de ello. En los últimos tiempos, ahora que existe la idea de vacaciones y del turismo, las familias que logran hacerlo salen a algún sitio de viaje. Con demasiada frecuencia, tal descanso es para el padre y para los niños, pero no para la esposa, pues debe seguir cargando con las labores de vigilancia de los niños y, en no pocas ocasiones, de la preparación de los alimentos y del aseo del lugar rentado para vacacionar. No todos pueden pagar habitaciones en hoteles de lujo con servicio al cuarto, aseo diario, alberca y hasta servicio de guardería para los hijos; de hecho, la mayoría viaja en grupos y renta casas con cocina incluida para ahorrar. ¿Cuántas veces no hemos visto a madres, tías, abuelas, hijas, hermanas y primas esclavizadas en la cocina? Mientras, sus machirrines, juegan cartas, ven el futbol, o descansan en camastros en el jardín acompañados de unos buenos cartones de cerveza esperando pacientemente que les pongan la mesa, les lleven botana y después los platos fuertes.  Claro, la sociedad mexicana verá eso como algo normal, como el espacio de convivencia de las mujeres y de los hombres, pero no es más que la extensión de roles al tiempo del esparcimiento y del descanso. Las y los niños observan esta realidad desde pequeños por lo que es lógico que cuando crezcan, repitan estos mismos patrones. Quizá no se trate tanto de regular de forma tan estricta el trabajo en el hogar sino de reestablecer los roles en el mismo. Todos se debieran hacer cargo del aseo, de la cocina, de la formación, salud y cuidado de los hijos. Sin embargo, para ello se tienen que reformular las relaciones laborales para que las y los trabajadores tengan más tiempo para dedicarle a sus familias y para hacerse cargo del hogar. Lo mismo para cuando se dan las vacaciones. Nadie debiera en su tiempo de descanso trabajar el doble. Tema espinoso, pero necesario para establecer mejores relaciones de género y, por ende, mejores sociedades. ¿Podremos hacerlo?

     

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